Una experiencia inspirada en la Espiritualidad y Pedagogía Ignaciana para el fortalecimiento del conocimiento personal, la espiritualidad, el trabajo colaborativo, el discernimiento, el liderazgo y el compromiso con aquellos que más lo necesitan.

Así se define el Curso – Taller Arrupe 7 en el que participaron nuestros estudiantes Antonia Carvallo Mattmann, de II° Medio A, y Baltazar Medina González, de II° Medio B, quienes entre el 10 y el 24 de noviembre viajaron hasta Colombia para vivir actividades teórico – prácticas del ámbito pastoral junto a estudiantes de los colegios de FLACSI.

Ambos jóvenes fueron elegidos por sus profesores para participar en esta experiencia que les dejó importantes aprendizajes y, reconocen, que fue un privilegio tener la oportunidad de vivirla.

¿Qué aspectos pueden destacar acerca de lo que significa el liderazgo ignaciano?

Antonia: “En el liderazgo ignaciano es muy importante la empatía, la espiritualidad, saber discernir bien acerca de las emociones y sentimientos, y determinar qué es lo más importante a la hora de actuar. También está presente el compromiso que uno tiene hacia los demás, sabiendo poner las capacidades hacia el otro y no guardándoselas”.

Baltazar: “Un líder ignaciano no puede ser como un jefe que está encima de los demás, sino que tiene que ir a la par con todos y, si eso no ocurre, ayudar a que todos vayan al mismo tiempo. Me quedo con la frase del Padre Hurtado “un fuego que enciende otros fuegos”, que quiere decir que si soy líder, eso no se puede quedar en Arrupe y tengo que compartirlo y no quedarme quieto”.

¿Cuáles fueron los aprendizajes más significativos que les dejó Arrupe?

Antonia: “Después de vivir Arrupe, me propuse evitar dejar de hacer cosas por vergüenza o miedo a las críticas de los demás. Eso me impedía hacer muchas cosas que yo quería. Gracias a eso pude presentarme al Centro de Alumnos y estar en su directiva el próximo año”.

Baltazar: “Mi principal aprendizaje fue conectarme conmigo mismo;  conocí también otra manera de conectarme con Dios que no sea a través de la misa o algo físico, sino que lo puedo hacer en un lugar más simple. También rompí muchas barreras de confianza y fronteras y, por ejemplo, tuve la posibilidad de compartir con brasileños y guatemaltecos, sin importar su país de origen, sino que siendo todos hermanos latinos”.

¿Sienten que hay aspectos de sus vidas que tras vivir Arrupe pueden valorar y apreciar con mayor fuerza?

Antonia: “En las mañanas teníamos trabajo con los campesinos y me di cuenta de lo difícil que es que los alimentos lleguen a nuestra mesa. Por otro lado, siento una responsabilidad grande, porque creo sería injusto guardarme todo lo que aprendí; tengo que poder compartirlo y sacar el mejor provecho de todo lo vivido, poder expresarlo y ayudar a los demás, ya que fue una oportunidad única de la que estoy muy agradecida”.

Baltazar: “Ser agradecido con lo que tengo. Valoro a la gente, porque ahora todas las personas están conectadas, pero, a la vez, desconectadas. Ahora puedo apreciar mucho la conexión que tengo con otras personas; confío mucho más en la gente y me gusta dar el máximo”.

¿Cuál de los momentos vividos fue el que más les marcó durante el desarrollo del curso?

Antonia: “Hubo una actividad específica que era para identificar las máscaras que cada uno tiene y cómo dejar de usarlas. Fue fuerte reconocer qué era lo que, a veces, me hacía no ser yo misma, poder liberarme y decidir no seguir ocultándolo, teniendo siempre como objetivo poner todo al servicio de los demás”.

Baltazar: “Hubo momentos muy lindos, especialmente, uno en que me entregaron unas cartas, con las que me sentí muy querido y, con eso, valoré lo que tengo y aprendí a decirle a mis seres queridos que los amo, porque éste puede ser el último día. Me gustó también compartir con las familias que nos correspondió visitar, pero no me gusta que gente tan bonita viva en esas condiciones de pobreza económica tan grande, porque pobreza de corazón, no tienen. En eso son millonarios”.